
Constitución española
Art. 27
- Todos tienen derecho a la educación. Se reconoce la libertad de enseñanza.
- La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales.
Cada jornada lectiva cuando tras dar los buenos días y extender mis materiales de trabajo sobre la mesa, observo a las personas que tengo frente a mí, me doy cuenta de la gran responsabilidad que estoy asumiendo. No son solamente las horas de materia que me corresponden con ellas o si ese curso soy tutora, el rato de orientación que les dedico. Esas personas -ellos y ellas- me observan, me valoran, toman nota mentalmente de lo que hago y digo (no siempre de la lección a explicar)…. Observan, valoran, apuntan si me contradigo, si actúo con justicia, si soy responsable con sus intereses, con el trabajo que realizan… Incluso a veces, en unos ojos sin interés, en un gesto de aburrimiento, detecto un breve relámpago de curiosidad: «a ver si ésta consigue lo que nadie ha conseguido».
Oigo como un ruido de fondo a mis compañeros y compañeras, amistades, familia: «no te impliques, no te comprometas, limítate a enseñarles el tema y que trabajen un poco; sólo vas a conseguir disgustos y quebraderos de cabeza…»
Pero yo estoy segura de lo que quiero. Quiero que aprendan viejas historias y palabras nuevas, quiero que descubran sitios maravillosos, quiero que se formen como jóvenes responsables en valores de libertad y solidaridad. Y sobre todo quiero que lo hagan de forma imperceptible, casi sin darse cuenta, de forma natural; que un día ya adultos, no sé en que momento y en qué lugar, no se por qué razón, sonrían y piensen: «que razón tenía aquella profe que tuve en…».
La educación es tarea de todos -familia, sociedad y escuela-; ocurre sin embargo que a veces la familia dimite de sus obligaciones y que determinados sectores de la sociedad, usando los medios de comunicación, transmiten una imagen donde lo que prima es la calumnia, el acoso moral, el insulto y la zafiedad, el todo vale si se paga en la forma adecuada, si se publicita en programas deleznables o en las redes sociales que se han convertido en un patio de vecindad, grosero y gritón…
Me preocupa que estos chicos y chicas que comienzan a construir su porvenir lo basen en una sociedad hedonista, enferma, zafia y cruel, donde se margina a las personas más débiles o diferentes en gustos y actitudes a la mayoría.
La educación, ha dicho Malala Yousafzai, la joven Premio Nobel de la Paz, es un instrumento para transformar el mundo; nosotros, las personas que nos dedicamos a la hermosa tarea de enseñar, tenemos un deber ineludible, a pesar del acoso moral al que desde hace tiempo se nos somete, denigrando y ridiculizando nuestra labor. Y ese deber ineludible pasa por conseguir que las personas a las que educamos, escuchen palabras que no suelen encontrar a su alrededor como tolerancia, respeto e igualdad, trabajo y esfuerzo. Y que esas palabras sean los pilares en los que asienten su vida para que se conviertan en el recambio floreciente del futuro de nuestro país.